Capítulo 3: La petición de la serpiente

Nota de la autora ~> Me gustaría saber si el transcurso de la acción os parece muy rápido o si está bien. Me parece que el capítulo es bastante corto, pero quería cortarlo ahí en vez de meter demasiadas cosas en el mismo. Creo que el siguiente os gustará. (Tiene más diálogo, quizá este es un poco rollo).

Habían pasado unos días desde el incidente en el callejón. Scarlett había decidido no darle importancia e intentar olvidar todo lo ocurrido, aunque Larissa no parase de hacerle preguntas al respecto. La señora Pania parecía más huraña que de costumbre aquellos días y se dedicaba a pasear por la granja refunfuñando para el cuello de su vestido.

Era un jueves por la noche, con un cielo inusualmente oscuro, lleno de nubes que tapaban las estrellas y las dos lunas. Se veía un ligero resplandor rojo y azul por detrás de la capa de nubes que te indicaba que estaban ahí escondidas.

Scarlett cepillaba al caballo, amarrado afuera, mientras buscaba a la pareja de tímidas lunas.

—La señora Pania ha estado de un humor de perros estos días...

El caballo relinchó plácidamente.

—Quiero decir, siempre está de mal humor, pero más que de costumbre. Quizá hice algo que la molestó y no me di cuenta. ¿Tú que crees?—dijo mirando a los ojos negros del animal. Este la ignoró.—Tengo que quitarme la costumbre de hablar sola.

Le dio unas palmaditas en el lomo y guardó el cepillo y al caballo en su cuadra. Este protestó, no conforme con ser encerrado.

—Lo sé, lo sé, ¿vale? No seas así. Te tenemos aquí metido por tu propio bien. Si te marchases quizá no sabrías volver, o te harías daño. No sabes nada del mundo exterior...—dijo con voz triste—Eres como yo, fortachón...

Le dio una zanahoria de regalo y salió al exterior. Una ligera brisa otoñal le revolvió las trenzas pelirrojas. Scarlett cerró los ojos y respiró profundo. Los olores que tan bien conocía llegaron a su nariz: el establo con el fuerte olor de los animales, la huerta llena de vegetales y hortalizas, las flores silvestres que crecían en la hierba salvaje...

Pero extrañaba otros olores. Recordó el olor del pan recién hecho en la ciudad, los perfumes de las mujeres que pasaban por la calle, el licor de las tabernas, la esencia de los tulipanes en el mercado de flores...

Sonrió. Era un mundo tan lleno de cosas nuevas por descubrir. Los colores, las personas, los ruidos. Todo. Veía grupos de gente de su edad conversando en las plazas, riendo a carcajadas, chismorreando. Ella tenía a Larissa, pero a veces, aunque quería a su amiga, se sentía sola. ¿Era algo egoísta de su parte querer más amigos? ¿Querer reír y charlar siendo amparada por el calor de un grupo? Quizás. También recordaba niños con sus padres. Ella tenía a la señora Pania, pero no era lo mismo. Le estaría agradecida siempre por haberle dado comida y un techo bajo el cual vivir, mas no era una madre.

Abrió los ojos, enfadada consigo misma al saber a dónde la conducirían esos pensamientos.

Le ocurría de vez en cuando, de repente, a veces a punto de quedarse dormida o mientras trabajaba, pensaba en por qué la habían abandonado.

—No sirve de nada pensar en eso.—se dijo a sí misma, dándose palmadas en las mejillas—Si no me quisieron antes, tampoco lo harían ahora.

Un deslumbrante brillo le alumbró el rostro. Alzó la mirada y vio que las lunas comenzaban a salir de las nubes. Eran hermosas. No podría decidir cuál más, pues eran bellezas diferentes. Larissa a veces decía que la luna roja estaba maldita, que simbolizaba la sangre vertida en las guerras. Scarlett, al observarla con paciencia, no estaba de acuerdo con ella. Le agradaba ese astro. La ninfa solía hacer bromas al respecto, comparándolas.

—Roja cual sangre seca, como tu pelo.—decía.

Podía parecer una comparación bastante asquerosa, pero muy acertada. Scarlett sonrió de nuevo al recordarlo y se desató las trenzas, dejando caer mechones de larga cabellera pelirroja sobre sus hombros.

Sin embargo, para ella, era la luna azul la que guardaba secretos. Mirarla le daba un sentimiento entre nostalgia y tristeza.

—¿Qué ocultas...?

La pregunta fue llevada por el viento y se perdió en la noche. Se quedó sentada en la hierba un rato más, disfrutando del silencio nocturno. Sin darse cuenta, empezó a recoger flores y entrelazarlas. Hizo una corona redonda que desprendía un bonito olor. Scarlett acarició los pétalos y dobló un tallo con otro, terminando su regalo. Se lo daría a Larissa como agradecimiento por haberle comprado los tulipanes.

De pronto, escuchó una especie de silbido cerca de ella. Miró a su alrededor, pero no había nada. Pensando que habrían sido imaginaciones suyas, se levantó dispuesta a entrar a la casa, no obstante, volvió a escuchar el silbido, esta vez con más fuerza.

—¿Quién va?

Algo le rozó el tobillo y se sobresaltó, pegando un brinco. Era una serpiente negra, que la miraba con ojillos oscuros inquisitivos. Scarlett retrocedió lentamente. La serpiente, como respondiendo a sus movimientos, comenzó a avanzar hacia ella. Scarlett siguió huyendo y el animal paró en seco. Sorprendida, la muchacha vio como la serpiente levantaba la cabeza del suelo sin dejar de clavar sus ojos en los suyos.

“Parece como si quisiera decirme algo”, pensó.

¿Estaba volviéndose loca por hablar tanto con los animales y las lunas? Esa idea pasó por su mente, pero no pudo evitar intentar hablar con ella.

—¿Me...me entiendes?—preguntó, dudosa a ese punto de su propia cordura.

La serpiente ladeó la cabeza en dirección a la colina. Por donde se bajaba a la ciudad de Nocream. Scarlett no se movió y la serpiente volvió a girar varias veces la cabeza en esa dirección.

—¿Quieres que vaya por allí?

Para su sorpresa, la serpiente asintió.

—No puedo.

Dio dos pasos hacia atrás, sin entender qué demonios hacía hablando con un reptil a esas horas de la noche. El bicho reptó para acercarse y volvió a silbar. No fue exactamente un silbido, parecía una especie de melodía. La cabeza de la chica comenzó a dar vueltas, atontada con la canción. Inconsciente de sus movimientos, emprendió el camino colina abajo, siguiendo a su guía con escamas.

Era algo que jamás habría hecho si tuviese el control de su cuerpo. Ir con la cara destapada, mostrando que probablemente fuese humana, en plena noche, no era la idea más brillante. Sin embargo, en ese momento no le importaba. Su mente le enviaba un solo mensaje: “Sigue a la serpiente”. Y la idea de que los Guardianes la cazaran en territorio ente le parecía imposible.

Bajaron la colina y continuaron por el camino más rápido que llevaba hasta la ciudad. No había ni un alma que las pudiera ver, estaba desierto. El viento las acompañó durante el viaje, azotando con fuerza en la cara de Scarlett, como si intentase despertarla. Un arco de piedra les dio la bienvenida a la ciudad. No era una imagen agradable. El silencio podía cortarse con un cuchillo, las tiendas estaban todas cerradas y las luces apagadas. No había ningún signo de vida en ninguna parte, parecía una ciudad fantasma. Los toques de queda eran muy estrictos y cualquier ente que estuviese en las calles después de la puesta de sol sería encerrado en el Muro. Pues este, no solo cumplía su función de separar a los Cuatro Reinos, sino que era también una cárcel. Una inmensa cárcel, tan larga que nunca se veía el final. Terminaba en las fronteras de los Cuatro Reinos con las Tierras Prohibidas, y nadie se atrevía a adentrarse en estas. Así que incluso donde el Muro acababa, había una barrera invisible de peligro que no podían cruzar.

Los pasos de Scarlett eran el único sonido que se escuchaba. Al llegar junto a un letrero que rezaba: “Calle Vludt”, la serpiente paró. Scarlett despertó de golpe. Se llevó una mano a la cabeza, aturdida y mareada. Dio una vuelta sobre sí misma, cayendo en la cuenta de que ya no estaba en la granja. Leyó el cartel que le indicaba la calle, una en la cual ella jamás había estado antes y luego percibió a la serpiente. No habló, porque hacer ruido sería insensato y echó a andar en silencio intentando llegar a algún sitio que reconociera. La serpiente la persiguió por detrás. Scarlett quiso espantarla, pero tuvo miedo de que la mordiese si lo hacía y prefirió no arriesgarse.

Un soplo de viento gélido le acarició la nuca. Había empezado a hacer mucho más frío, no recordaba desde cuando. Se abrazó a sí misma para darse calor, viendo como el vaho salía de su boca. Estuvo caminando mucho tiempo y seguía tan perdida como al principio. Cuando vio el letrero que indicaba que se encontraba en la calle Vludt empezó a desesperarse. Había vuelto al mismo sitio, estaba andando en círculos. No tenía su capa para ocultarse, ni a Larissa y si la descubrían podía considerarse muerta. Y la oscuridad y el frío no la ayudaban a concentrarse.

Negándose a rendirse tan pronto, decidió buscar el puesto de flores que había visto con su amiga. Desde allí sabría volver a casa.

El repentino maullido de un gato la sobresaltó. El felino miró hacia algún punto detrás de ella, abrió sus fauces enseñando sus colmillos y se escabulló con el rabo erizado. Scarlett se giró, buscando qué era lo que lo había asustado. Al final de la calle había una figura alta con una capa negra. Lo que menos quería era encontrarse compañía y la figura no le inspiraba confianza, así que dio media vuelta para buscar otro camino.

Al dar la vuelta, vio otra silueta exactamente igual a lo lejos. Un escalofrío le recorrió la espalda. Para asegurarse, volvió a mirar a la otra figura y percibió que ya no estaba tan alejada. Sin pensárselo dos veces, echó a correr por la única calle que quedaba libre sin mirar atrás. Tenía miedo de que si echaba la vista atrás las figuras estarían pegadas a ella. Llegó a una plaza con una fuente en medio que no tenía agua. Hacía un frío inhumano que la calaba hasta los huesos. Pensaba que había llegado a un lugar más seguro, pero no solo reaparecieron las dos figuras, sino que con ellas venían más. Tres, cuatro, cinco...

Scarlett pudo contar cinco tétricas figuras. Se acercó a la fuente, pegando su espalda a ella para no perderlas de vista. Cada vez más cerca, la muchacha pudo observar los rasgos de sus perseguidores. Las capuchas no tapaban sus rostros blancos, no pálidos, sino blancos como la mismísima muerte. Era lo que simulaban: cadáveres. Todos con los ojos cerrados, delgados como si no hubiesen comido en un año. En su vida había visto unas criaturas como aquellas, no conocía a ningún ente que se les pareciera e indudablemente no eran humanos. Una de aquellas cosas estiró una mano sin color hacia ella, una mano de dedos escuálidos y uñas largas y llenas de roña, rotas y amarillentas.

Cuando Scarlett hizo un amago de huir, las criaturas apuraron sus pasos, encolerizadas, abriendo sus bocas, o intentándolo. Estaban cosidas y lo único que salía de ellas eran unos gemidos patéticos. Scarlett se puso pálida: el miedo quería nublar su juicio, pero no podía dejarse llevar. Sabía que tenía que moverse, hacer algo, pero las piernas no le funcionaban. Estaba petrificada del horror.

Cuando la mano de uno de los seres le rozó la mejilla, el instinto de supervivencia se activó dentro de ella y apartó la cara echando a correr.

Sabía que la estaban siguiendo muy de cerca, podía escuchar sus gemidos excitados por la persecución. Olía su peste de cadáveres. Así que corrió por su vida, porque no necesitaban hablar para decirle lo que harían con ella si la atrapaban.

Y lo hicieron. Una mano la agarró por el tobillo, frenándola en su desbocada carrera y haciéndola caer al frío suelo de piedra. Gateando, se alejó de las figuras blancas. Habían dejado de correr y Scarlett chocó contra una pared. Otra vez la mano del monstruo se acercaba a ella, a su cuello. Su mente le decía que se rindiese, que no tenía salida, los caminos estaban todos ocupados por ellos y aunque corriese la cogerían. Su instinto de supervivencia, por otra parte, la animaba a enfrentarse a ellos. Apartó la mano de un arañazo y los dedos de Scarlett se llenaron de carne putrefacta.

“Están podridos” pensó Scarlett, temblando.

Su ataque alteró a las criaturas. Ya hartos de perder el tiempo, le echaron las manos al gaznate, estrangulándola. Sus ojos empezaban a cerrarse, llorosos, pero pudo ver un caballo negro en una de las carreteras tras las criaturas blancas y a un jinete.

Desesperada por aferrarse a la vida, ya sin importarle si sería un Guardián o un soldado, estiró el brazo hacia él.

—Ayu...da...