AVISO: Están renovados hasta el capítulo 9. El resto de capítulos están como antes. Iré avisando según renueve más capítulos.

domingo, 27 de marzo de 2011

Capítulo 8: Inocente o culpable

Nota de la autora ~> Como ya he dicho por toda red social posible, llevo 3 semanas sin Internet por la huelga de Telefónica y parece que va para largo. No se sabe cuando va a terminar y me complica mucho las cosas para escribir cómodamente y subir. Aún así, aquí estoy, robando wifi en el colegio de mi madre para poder subir :') 
Estoy más o menos contenta porque he tardado menos de lo que suelo tardar en actualizar. Esta semana es la última con exámenes finales, luego estudiar para Selectividad, que es sobre el 10 de junio y....¡¡¡LIBERTAD!!! (Eso no quiere decir que ya vaya a tener Internet TwT)
Me estoy aficionando a Wattpad, se le coge cariño. (http://www.wattpad.com/user/GabyTP).

POR CIERTO. Si estáis pensando leer la saga AFTER, NO lo hagáis. Sobre todo si sois menores. Es un libro que glorifica las relaciones abusivas y tóxicas, el maltrato, el no consentimiento, la dominación, el sexismo, etc, etc. Y si creéis que exagero, id a Twitter al usuario de Iria G. Parente y veréis capturas de partes del libro. Es una vergüenza, y no me puedo creer que los de Wattpad hayan dejado que se publique (¡y se convierta en un best-seller!) algo tan nocivo y peligroso para las niñas adolescentes. 
Si conoces a alguien con ese libro, hermanas pequeñas, primas, etc... por dios, quémalo.

A otra cosa mariposa. ¡Ah! Los que ya sois lectores antiguos(♥) quizá al leer este capítulo en cierta parte donde cuenta lo de las quemaduras os quedaréis como... WTF, pero se supone que ella no se... Sí, sí. Lo sé. No estoy siendo incoherente, lo prometo. Las quemaduras se explican en Corazón de Fuego, cuando narre qué pasó el día del incendio. 


 Cuando a la mañana siguiente Chelsea bajó hasta las mazmorras a despertar al prisionero, este ya estaba de pie, con los brazos cruzados apoyándose en una pared.
La Guardiana esperaba algún quejido de dolor, alguna caricia preocupada a su espalda o al menos, ojeras. Pero nada. Arqueó una ceja disgustada. Esas ratas de la calle estaban más que acostumbradas a dormir en una jaula.
Tras varios –y molestos– intentos de entablar conversación por parte del preso, llegaron a la sala de visitas y Chelsea lo empujó sin miramientos dentro.
“Sala de visitas” era un nombre casi irónico que se le había dado a aquella habitación fría y apenas amueblada. Tenía cierto aire con el despacho del capitán, pero era mucho menos acogedora. Consistía en un escenario, sobre el cual estaba colocada una mesa con cinco sillas, dos a cada lado y una más grande en la cabecera, y otra mesa, situada en el suelo con una única silla, encarando el escenario. Se había estructurado de esa forma intencionadamente para marcar la diferencia de autoridad entre los Guardianes y los “visitantes”.
Aquel día, al entrar Kira, el escenario solo estaba ocupado por dos personas: el capitán, en la cabecera, y una chiquilla que no llegaría a la mayoría de edad, a su izquierda. Kira recordaba haber hablado con ella abajo, en las mazmorras, y le dedicó una sonrisa de reconocimiento. El capitán la miró sorprendido, pero ella tan solo tosió y se puso a ordenar unos papeles, ignorándolos.
La puerta se cerró tras ellos y Chelsea condujo a Kira hasta la silla, obligándolo a sentarse. Acto seguido subió al estrado y ocupó su lugar a la derecha del capitán, que comenzó a hablar.
—Ya que es vuestra primera vez siendo interrogado y juzgado, os explicaremos las normas: primero, expondremos vuestros cargos y os deberéis declarar inocente o culpable. Después, haremos una serie de preguntas que contestaréis con la mayor exactitud y concisión posibles. Cuando hayamos acabado, y si el jurado lo ve correcto, podréis formular alguna pregunta o exponer vuestra defensa. Mentir a este tribunal significa desafiar a la Corte de Ozirian, tenedlo en cuenta. ¿Habéis comprendido el proceso?
Kira asintió, aburrido.
—Responde sí o no—le ordenó la Guardiana morena.
—Sí, sí.
—Bien—la chiquilla le pasó un fajo de papeles al capitán. —Soy Dáranir Ahelod, capitán de la Casa Gris y la mayor autoridad en este juicio. A mí derecha está Chelsea Monger, segunda al mando, y a mi izquierda María Geneviev, Guardiana en formación. ¿Es vuestro nombre Kira McCarty?
—Sí.
María se dispuso a tomar notas de todo lo que se decía en la sala, mojando constantemente la pluma en el tintero y escribiendo sin pausa.
—Señor McCarty, estáis acusado de desafiar a una autoridad militar, escándalo público, robo de un  caballo y…tres gallinas—el capitán hizo una mueca de desconcierto y prosiguió—, agresión contra un licántropo y asesinato de otro. ¿Cómo os declaráis?
Tres pares de ojos lo escudriñaron con atención, impasibles. Kira pareció pensar bastante su respuesta.
—Si soy sincero, he hecho todo de lo que se me acusa…menos lo de escándalo público. Eso es cuestionable.
— ¿Entonces os declaráis culpable? —preguntó Chelsea.
—En absoluto. Me declaro inocente de todos los cargos.
— ¡Pero acabáis de decir…!
—He hecho esas cosas, pero no creo que merezca un castigo—la interrumpió. —Así que me declaro inocente, gracias.
—El acusado…se declara…inocente…—murmuró María al tiempo que lo escribía.
—Inaudito—se quejó Chelsea recuperando poco a poco la calma.
Dáranir continuó como si nunca hubiese habido una interrupción.
—Trataremos las otras acusaciones más adelante. El asunto principal de hoy es el asesinato del licántropo. Un crimen de sangre puede no ser condenado si es en defensa propia o para defender a otro sujeto. La testigo Scarlett afirma que matasteis a ese hombre lobo para salvarla de una muerte segura. ¿Es esto cierto?
—Sí.
—Había dos licántropos, a uno le cortaron el brazo y a otro lo decapitaron. ¿Fuisteis vos, señor McCarty, el que lo hizo en ambos casos?
—Sí, pero había tres lobos.
De nuevo las miradas se volvieron hacia él. La segunda al mando tomó la palabra.
—Solo encontramos un cadáver decapitado y un licántropo herido.
—El tercero se asustó y huyó.
Se levantó cierta agitación entre los jueces. Intercambiaron susurros durante unos segundos hasta que el capitán volvió a hablar.
— ¿Por qué no perseguisteis al tercero?
Kira arqueó una ceja, algo desconcertado por la pregunta.
— ¿Para qué lo perseguiría?
—Nosotros hacemos las preguntas. Limítate a responder—amenazó Chelsea.
—Mi intención era salvarle el cuello a la pelirroja, no cazar lobos.
Los tres jueces se mantuvieron en silencio, cavilando. Si en sus mentes se empezaba a formar un veredicto, sus caras no lo mostraban. Entonces, María intervino por primera vez.
— ¿Cuándo sucedió el ataque?
—Hacia el mediodía.
— ¿No es curioso? —dijo, dirigiéndose más hacia los otros Guardianes que hacia Kira—Los licántropos tienen fama de ser agresivos, pero en Nocream no hay ataques de lobos desde hace años. Además, son más fuertes durante la noche. Si planeaban atacar humanos, ¿por qué hacerlo durante el día, cuando la vigilancia es mayor?
—Son buenas preguntas, María, pero no estamos aquí para juzgar sus intenciones, sino las de este hombre—la última palabra la pronunció el capitán con demasiado énfasis—. Si es que es un hombre…tengo entendido que sois un híbrido. ¿A qué razas pertenecéis?
La mirada de Kira se endureció.
—Soy medio humano.
Ante esta confesión, la actitud de los Guardianes hacia él mejoró.
— ¿Y la otra mitad?
Kira guardó silencio.
—Se te ha hecho una pregunta. No contestarla equivale a negarte a obedecer a la Guardia.
—Entonces supongo que me negaré a obedecer a la Guardia.
El capitán los ignoró.
—Señor McCarty—Kira alzó la vista y vio algo extraño en los ojos del otro hombre. De alguna forma, estaba atando cabos sueltos y parecía haber descubierto algo—, ¿por qué le salvasteis la vida a la señorita Scarlett? Por favor, pensad bien vuestra respuesta.
Kira tardó en contestar. Cuando lo hizo, escupió las palabras como si llevaran mucho tiempo hundidas en su estómago.
—No podía dejarla morir.
Su respuesta no significó nada para Chelsea y María. No obstante, Dáranir asintió y se levantó de su asiento.
—Monger, ¿cuál es tu veredicto?
Chelsea no tardó ni dos segundos en contestar.
—Culpable. Demasiados crímenes acumulados. Aunque…—hizo una pausa para cerrar los ojos y suspirar, como si le costase trabajo articular sus próximas palabras—no lo condeno a muerte. En mi opinión, sus manos están limpias de sangre.
— ¿Geneviev?
—…Inocente.
—Bien. La decisión final es mía. Señor McCarty, vendréis a mi despacho ahora. —se giró hacia las otras dos—Quiero hablar con el señor McCarty en privado. Nada de interrupciones. Ni una palabra a Julian sobre su condición de híbrido. Id a hablar con Mark y Julian, quiero saber cómo ha ido la testificación de Scarlett. En una hora, traedla a mi despacho, sola.
—Sí, capitán.
Chelsea asintió y ambas se fueron de la sala de visitas.



***



Una hora más tarde, Scarlett era escoltada por Julian y Chelsea para reunirse con el capitán y el prisionero.
Julian se adelantó para abrirle la puerta y Scarlett entró, seguida de él, que dejó un informe sobre la mesa de Dáranir y se marchó sin dignarse a mirar a Kira.
—Siéntate, Scarlett, por favor.
Se sentó al lado de Kira, que le dedicó una pequeña sonrisa ladeada. Scarlett juntó las manos sobre su regazo, inquieta. Era la vida del joven la que pendía de un hilo y sin embargo, parecía estar ella mucho más nerviosa. Es más, él se sentaba estirado, con una postura cómoda y tranquila y su expresión era indescifrable.
—Ya he tomado mi decisión sobre el futuro de este hombre.
Scarlett se enderezó en el asiento. ¿Habría conseguido salvarlo o su condena había sido inevitable?
—Lo declaro inocente de cualquier crimen de sangre. No será ejecutado—Scarlett iba a apresurarse a agradecérselo, mas el capitán no le dio tiempo—. Pero tendrá que prestar ciertos servicios a la Guardia como compensación por sus…delincuencias.
—Parece…razonable—aceptó Scarlett.
—Por lo tanto, de ahora en adelante, será tu salvaguardia.
Scarlett abrió y cerró la boca varias veces, como un pez, perpleja.
—Mi… ¿salvaguardia?
—Tu guardián, escolta, protector…como quieras llamarlo.
Scarlett frunció el ceño. No era la palabra lo que no había entendido.
— ¿Y os fiáis de él?
El prisionero hizo una mueca de dolor fingida, agarrándose el pecho donde debería estar su corazón. El capitán rió con suavidad ante la pregunta de la joven.
—Tengo mis razones. Tenía entendido que tú confiabas en él más que yo.
—No lo conozco mucho…—echó un vistazo de reojo hacia él—Me parece que no es una mala persona y me ha ayudado en varias ocasiones. Lo que me extraña es que vos os fiéis de él.
—Como te he dicho, tengo mis razones. Entonces, ¿no tienes ningún problema con tenerlo de salvaguardia, verdad?
Scarlett negó con la cabeza. Aquel chico le había salvado la vida en dos ocasiones y había sido siempre amable, aunque algo excéntrico, con ella. No tenía motivos para desconfiar de él, todo lo contrario, en cierto modo la hacía sentir segura saber que tendría a alguien como él guardándole las espaldas. No obstante, seguía sin quitarse de la cabeza el singular comportamiento del capitán. Hacía unas horas aquel hombre era un preso esperando su sentencia de muerte, y ahora estaba libre y al cargo de una supuesta Guardiana. Algo no terminaba de encajar. Scarlett se preguntó sobre qué habrían hablado antes de su llegada.
—Perfecto. Él tampoco ha tenido quejas. Todo solucionado, pues.
—Todo no—dijo Kira. —Me gustaría recuperar mis armas. Si tengo que proteger a la pelirroja, debo estar bien equipado.
Scarlett no estaba muy segura de si eso era una excusa o no, pero el capitán lo tenía más claro.
—No necesitas armas dentro de esta casa, a nadie se le ocurriría entrar en un cuartel de la Guardia. Se te darán en las salidas. Los únicos lugares de la casa donde permito el uso de armas son la zona de entrenamiento y la armería—Kira bufó, pero no siguió protestando. —Dormirás en la buhardilla. Si quieres adecentar la estancia, hazlo tú mismo. Mis Guardianes no estarían muy contentos de servir a un ex-preso.
Scarlett sintió una punzada de culpabilidad en el pecho. Las órdenes del capitán eran justas y lógicas, pero al comparar cómo lo tratarían a él a cómo la trataban a ella, no podía evitar sentirse mal.
El capitán los hizo marchar, no sin antes avisar a Scarlett de que aquella tarde se pasarían por la casa unos conocidos de la familia Chevalier. A la entrada del despacho los estaban esperando María y Julian. María se llevó a Kira de camino a la buhardilla. Mientras se marchaban, Kira giró la cabeza y guiñó un ojo a Scarlett. Ella se sorprendió y sus labios construyeron un amago de sonrisa tímida. Al oír un gruñido tras ella supo que Julian no estaba contento.
—No me puedo creer que lo hayas liberado.
Claramente sus quejas no iban dirigidas a ella, sino a Dáranir. Este suspiró y se acercó a la puerta.
—No lo he liberado; está bajo nuestra custodia y haciendo algo útil en vez de pudrirse en una celda y ocupar espacio.
Julian soltó una carcajada cargada de sarcasmo.
—Nuestras celdas no están tan llenas.
—Ni falta que hace. Y ahora, largo. Tengo mucho trabajo.
El capitán, exasperado con su subordinado y frotándose la sien, iba a cerrarle la puerta en las narices, pero Julian metió un pie para impedirlo.
— ¡Espera! ¿Qué se supone que debo hacer con ella?
—No lo sé, Julian, sé creativo. La dejo a tu cargo hasta que lleguen los invitados.
Dicho esto, cerró de un portazo. Julian soltó una maldición entre dientes y sus hombros de hundieron en señal de derrota.
— ¿Por qué siempre me tocan a mí los peores trabajos? —dijo, más para sí mismo que para otra persona.
Scarlett jugaba con sus manos tras la espalda, incómoda, y no muy contenta de haber sido calificada como “peor trabajo”.
—Al contrario de lo que al parecer piensa Dáranir—dijo, quizá demasiado alto para que se escuchase tras la pared—, yo también tengo trabajo que hacer.
Scarlett se quedó callada bajo la impaciente mirada de Julian.
—Al menos no eres muy habladora. Algo bueno tenías que tener. En fin, sígueme.
Scarlett se apresuró a alcanzarlo, pues había empezado a andar con zancadas grandes y rápidas sin esperar su respuesta. Como lo único que veía era su espalda avanzando a través de los infinitos pasillos, no pudo evitar fijarse en él detenidamente por primera vez. Tenía el cabello muy despeinado, lleno de remolinos y de un suave color canela. Era el tipo de cabello que te apetece acariciar y revolver. «Aunque en este caso, seguro que si alguien lo hace le cortaría la mano» pensó Scarlett.
Su vestimenta era elegante y de calidad, pero mal conjuntada, como si se hubiera puesto lo primero que encontró al levantarse. Scarlett decidió en ese momento que Julian no era vanidoso. Aumentó la velocidad de sus pasos, pues la estaba dejando atrás.
No se sorprendió al conocer su destino: la biblioteca.
Entró no muy convencida. La última vez que habían estado los dos allí a solas prácticamente la había intentado echar a patadas. Esta vez, sin embargo, sus temores eran infundados. Julian fue hacia una mesa donde había un montón de libros apilados y se puso a colocarlos en una estantería concreta en silencio. Scarlett se quedó parada en mitad de la habitación, sin saber qué hacer.
Tras un par de minutos de incómodo silencio, se atrevió a iniciar la conversación.
— ¿Julian…?
— ¿Mm?
— ¿Qué hago?
—No lo sé, Scarlett, sé creativa—contestó imitando la voz del capitán.
Scarlett rió por lo bajo, pero la mirada gélida que recibió en respuesta le dejó claro que no lo había dicho para entretenerla.
—Haz lo que quieras. Menos tocar los libros—Scarlett arqueó una ceja. Le pedía que no tocase los libros estando en una biblioteca—. De todas formas, dudo que sepas leer.
—Sé leer. —su protesta atrajo la atención de Julian—Bueno…un poco.
Todo lo impresionado que podía haber estado el joven se esfumó. Cuando retomó la conversación, tomándose su tiempo, se notaba que le aburría la compañía.
—Reconocer las vocales no es saber leer.
Scarlett apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
—No sé leer no por ser estúpida, sino porque no he tenido la oportunidad de aprender.
Julian dejó de ordenar libros.
—No esperes que sea yo el que te enseñe.
Sus palabras seguían siendo duras, pero su tono se había vuelto algo más suave.
—Puedo aprender sola.
El muchacho resopló, su poca paciencia agotándose por momentos.


—No vas a tocar los libros de esta casa y no hay más discusión. Hay secretos de la Guardia que no debe leer la gente externa a ella y muchos son ejemplares antiguos que se estropean con facilidad. Punto final.
Estaba claro que no iba a ceder. Scarlett se rindió ante su cabezonería y empezó a investigar la biblioteca. Para su fortuna, la sala era gigantesca y no solo había libros. En las paredes había una gran variedad de cuadros, desde enormes retratos hasta pequeños bodegones. Le llamaron la atención los retratos de unos hombres vestidos con el uniforme de la Guardia y con la misma expresión dignificada que tenía Selendre Chevalier, su presunta abuela. Dedujo que habrían sido los capitanes de la Casa Gris a lo largo de los años, pero Dáranir no aparecía retratado en ninguna parte.
Le gustó en especial un mapa del Submundo colgado en la pared del piso superior. Nunca había visto la división geográfica del mundo, aunque se había creado su propia visión, su propio mapa mental. La realidad era muy diferente a su imaginación. En primer lugar, los Cuatro Reinos no eran tan grandes como había creído. De hecho, se podría decir que eran bastante pequeños en comparación a lo que los rodeaba.
Una línea negra intermitente marcaba la situación del Muro, que separaba a Ozirian y Arkiria, en el Oeste, de Regardezt y Narendil, en el Este. Arkiria era el mayor de los reinos, seguida de Regardezt, Ozirian y por último, Narendil.
Hacia el Norte, tras las fronteras de Arkiria y Narendil, emergían las Tierras Prohibidas. Eran conocidas por su peligro, pero nadie sabía realmente qué clase de peligro era. A las ninfas no les agradaba hablar de ellas y lo único que Scarlett había conseguido sonsacarle a Larissa era que el clima era árido y la naturaleza escasa. Desde luego, no el lugar ideal para una ninfa del bosque.
La reticencia de su amiga a soltar información solo había empeorado la curiosidad de Scarlett, y su interés no disminuyó al ver el mapa. Quería preguntarle a algún Guardián sobre el tema, pero no se atrevió a molestar a Julian mientras trabajaba –haciendo lo que sea que estuviera haciendo-, así que volvió a su tarea de inspeccionar el mapa.
En los mares del Sur estaban dibujadas múltiples islas próximas las unas a las otras, un gran archipiélago. En el resto del océano también se encontraban otras islas, más alejadas y desperdigadas.
Había oído leyendas sobre barcos piratas fantasmales que merodeaban por aquellas islas solitarias y atacaban a los insensatos que se aventuraban en las aguas cercanas. Tesoros ocultos en las selvas, animales jamás vistos en el continente y tribus indígenas no muy hospitalarias… eran las historias para dormir favoritas de Larissa. Por el contrario, cuando eran pequeñas Scarlett las encontraba escalofriantes y tenía pesadillas con piratas armados hasta los dientes después de los cuentos nocturnos de la ninfa.
Pensar tanto en su amiga no le hacía ningún bien. Seguía teniendo esa sensación de angustia en el pecho, como si jamás fuera a volverla a ver. No había olvidado que si no era la Scarlett que buscaban, tendría que hacer frente a la justicia de la Guardia. En un acto involuntario, se agarró el cuello.
Abajo, Julian tosió y se recolocó las gafas sobre el caballete de la nariz.
Hoy eran sus anfitriones, pero mañana podrían ser sus verdugos.

Luego de un rato merodeando sin rumbo, y tras cavilar sobre si le estaría permitido o no, Scarlett decidió arriesgarse y pasar por una pared en forma de arco de medio punto, adornada con cortinas rojas de terciopelo y borlas doradas. El arco daba paso a una alargada terraza de mármol que se extendía hacia ambos lados con otras dos puertas. No sabía a dónde daban aquellas puertas, pero a su dormitorio no, desde luego. Recordó el consejo de María de ir a donde placiese, pues si había algún lugar donde no debiera entrar, no podría.
Aunque tenía la sensación de que las puertas estarían cerradas, intentó abrirlas, solo para comprobar que no se había equivocado en su presentimiento. Tampoco podía ver a través de los cristales; las cortinas en el interior tapaban la visión.
Rindiéndose a disfrutar de las vistas del jardín, el familiar ruido de los cascos de un caballo al pasear hizo que buscase su origen. La Guardiana Chelsea Monger salía de la casa a caballo y en solitario. Llevaba el uniforme negro oficial de la Guardia y una espada en el cinto como única arma visible. Pronto emprendió el galope y desapareció adentrándose en el camino.
No hubo más acontecimientos emocionantes. Las abejas iban de flor en flor, la brisa movía las ramas de los árboles y el cielo estaba despejado. Era tan… pacífico.
Pasado un rato, la idílica vista del jardín fue perdiendo progresivamente lo interesante y Scarlett volvió a la biblioteca.
Julian ni siquiera había notado su ausencia; estaba enfrascado en un tomo que parecía especialmente difícil de interpretar y tenía otros tres libros frente a él. Scarlett pasó por su lado intentando reducir el ruido de sus pisadas y se dio cuenta de que había pasado algo por alto.
En la parte trasera de la biblioteca había una vitrina de cristal con un libro enorme abierto por la mitad. Las páginas tenían el característico color bronce de los volúmenes antiguos y las esquinas estaban agrietadas, como si el tiempo  hubiera ido devorando el papel. La primera letra era la que estaba más decorada y la más grande. Era una “L” pintada en verde, dentro de un marco simulando papel de oro en miniatura. Era un arduo trabajo para Scarlett descifrar la marabunta de letras que venía a continuación, pero se esforzó. Las otras letras eran tan pequeñas en comparación y las frases estaban tan juntas que solo distinguió palabras sueltas: guerra, años, entes, mito, verdad, muerte… Se obcecó tanto en entender el significado completo que no escuchó las pisadas que se aproximaban.
L..a. La Gran Guerra…
— ¿Se puede saber qué estás haciendo?
Scarlett se apartó de la vitrina como si estuviese ardiendo.
—Te ordené no leer ningún libro.
La mirada de Julian en ese momento podría cortar el acero.
—B-bueno…en realidad, me ordenaste no tocarlos.
El Guardián seguía sin quitarle los ojos de encima, como una serpiente observando los movimientos de un ratoncillo asustado.
—Ciertamente. Un fallo que no volveré a cometer. Memoriza esto: tienes prohibido tocar, leer o incluso respirar cerca de estos libros, ¿he sido claro esta vez?
Scarlett asintió con vehemencia. La expresión de Julian daba más miedo que los piratas de sus historias.
Cuando el silencio entre los dos se empezaba a volver incómodo, el sonido de una campanilla resonó por las paredes de la biblioteca.
—Tus invitados han llegado.
Sin decir una palabra más, salió por la puerta y Scarlett lo siguió.

Las manos le sudaban cuando entraron en el salón. Nada más cruzar el umbral les llegó un olor a anís y a perfume caro. Dentro, Dáranir charlaba con una pareja de desconocidos. Ambos debían estar bien entrados en la cuarentena y por como actuaban alrededor del otro, lo más probable es que fueran un matrimonio. Vestían bien, demasiado bien, nada en comparación a lo que Scarlett hubiera visto antes.
Era obvio que pertenecían a la alta nobleza.
—Disculpad—dijo Julian dando un toque educado en la puerta.
Los nobles se giraron y sus caras cambiaron en el momento en que posaron sus ojos sobre Scarlett. El hombre se llevó una mano a la boca, pretendiendo esconder su sorpresa. La mujer tan solo abrió un poco los ojos.
—Vaya, vaya.
Dáranir le hizo un gesto para que se acercase y Julian salió del salón cerrando tras de sí. Scarlett se acercó con paso titubeante y el capitán le puso las manos sobre los hombros, haciendo que estuviera cara a cara con los nobles para que pudieran verla mejor. Estos tuvieron la delicadeza de no acercarse mucho para inspeccionarla.
El hombre se echó a reír de repente. Ante las miradas atónitas del resto, se explicó.
—Es pelirroja, pero no por su abuela. Ese rojo le viene del padre. Bendito Jeffro.
La mujer no estaba tan convencida.
—Apenas conocíamos a Selendre Chevalier, capitán. Éramos amigos de Rouna y Jeffro. Y si os digo la verdad, si esta es su hija, no aprecio el parecido.
Por algún motivo, eso le dolió un poco. ¿Se había estado convenciendo a sí misma de que era la famosa Scarlett?
—Paparruchas—refunfuñó el noble pasándose las manos por el cabello canoso—Te digo que ese color de pelo es el de su padre. Y hasta tiene los ojos verdes de los Chevalier.
—Hay mucha gente con ojos verdes, querido.
—Ah, pero en los Chevalier no ha nacido ni una sola generación sin ellos.
—Da una vuelta, muchacha—ordenó la mujer.
Scarlett giró sobre sus talones.
—Anda un poco por la habitación, haznos el favor.
Volvió a cumplir sus demandas. Paró al oír un suspiro de decepción.
—Tiene la gracia de un faisán mareado. Rouna era la elegancia en persona, y, lamento decirlo, bastante más encantadora.
Eso acabó por minar la confianza de Scarlett. El malestar que sentía al ser examinada y criticada comenzaba a ser incluso físico; su estómago se encogía y revolvía.
— ¿No estás siendo un poco dura, Jade? Puede que no sea una dama, pero la chica es agraciada.
Scarlett apreció la gentileza del señor. No pudo evitar mirar hacia abajo, y vio sus ropas prestadas de María. La ropa elegante no podía hacer mucho si la persona no actuaba de la misma forma. De pronto fue consciente de cada uno de sus movimientos, de qué expresión mostraría su cara, de lo extraña que se vería con aquel vestido dos tallas más pequeña…
— ¿Decíais que había sido criada en una…granja, capitán?
—Sí, mi señora. Antes vivía con su familia, por supuesto, en la mansión Chevalier. Aunque no recuerda mucho de esa época.
Scarlett miró de reojo al capitán. Eso era una verdad a medias. No recordaba nada de su vida antes de los seis años. Su primer recuerdo era el de ver la cara infantil de una ninfa curándole las heridas en un campo de hierba alta.
En ese momento, se acordó. Su cara debió mostrarlo, porque Dáranir le preguntó qué sucedía.
—No lo he mencionado antes, porque no me había dado cuenta de la importancia que podría tener el detalle, pero… ¿dijisteis que los Chevalier fallecieron en un incendio, verdad?
Los nobles se sorprendieron al oírla hablar.
—Así es.
—Os dije que una ninfa me encontró de niña. No mencioné que me encontró herida, no solo con cortes y contusiones, sino con quemaduras.
Dáranir se acercó a ella, serio como una estatua de piedra.
— ¿Estás segura?
Recordaba el escozor en la piel al ser sanada con plantas curativas y las noches sin dormir por el dolor al rozar directamente con cualquier cosa.
Asintió.
— ¿Y tienes pruebas? —inquirió la mujer frunciendo los finos labios pintados en carmín.
La emoción de Scarlett se apagó tan pronto como se había encendido. Su silencio fue suficiente respuesta. La medicina nínfica no había dejado ni una sola cicatriz.
—Eso pensaba.
Acabó su té con esencia de anís y lo dejó sobre una bandeja de plata.
—Pedisteis nuestra opinión, capitán y os la hemos dado. Para mí no hay suficientes pruebas para hacerla noble, y menos integrarla en la Guardia.
—Nadie la va a “hacer” noble, mi señora. Si es Scarlett Chevalier, el título le pertenece desde el momento en que nació.
—Como sea. Si no os importa, deberíamos marcharnos. Tenemos otras citas que atender.
La orgullosa señora salió sin esperar a su marido, que se rezagó a propósito. Lanzó a Scarlett una mirada cómplice.
—Jeffro me maldecirá desde el Inframundo si dejo desamparada a su hija. Capitán, no puedo asegurar nada, pero el medallón, la historia que cuenta… el parecido con la capitana Chevalier también, por lo poco que recuerdo y los retratos que he visto… si esta joven no es Scarlett Chevalier, que venga la verdadera y lo desmienta.
El noble se marchó y quedaron a solas en la habitación. El capitán se sumió en sus pensamientos, ignorando a Scarlett sin mala intención. Ella esperó.
—Lamento todo esto. Esta gente se preocupa solo de las apariencias y de los títulos.
—Nunca había conocido a un noble...
Dáranir rió con cierta amargura.
—Ahora desearías no haberlo hecho, ¿eh?
—No son tan malos—la joven tenía más en mente la amabilidad del noble que la acidez de su mujer—. Supongo que da igual tu posición social, hay gente buena y mala en todas partes. Y hay gente mala con partes buenas y gente buena con partes malas.
—Es una filosofía simple, pero no por eso menos cierta.

Después de alargar su conversación unos minutos más, el capitán se excusó y dio libertad a Scarlett para vagar libremente por la Casa y los jardines, con la única condición de que no saliera del recinto.
Caminando por los pasillos y casi segura de que perdida, encontró una cara conocida. Kira la saludó y se aproximó a ella.
— ¿También perdida, pelirroja? ¿Para qué demonios necesitan una casa tan grande cinco personas?
Scarlett sonrió. Pensaba exactamente lo mismo.
— ¿Qué estás haciendo? A parte de intentar encontrarte en este maldito laberinto, quiero decir.
—Nada en especial, me han dado…eh, ¿tiempo libre? Aunque aún no sé qué es lo que tengo permitido hacer y lo que no. Bueno, sé que no puedo tocar -¡ni leer!- los libros de la biblioteca.
El ex-preso arqueó una ceja.
— ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué?
Scarlett pronto se encontró a sí misma conversando con Kira despreocupadamente. No era una figura autoritaria, como el resto de los Guardianes, ni alguien a quien debiera impresionar, como los nobles, así que con él podía comportarse con cierta naturalidad.
Descubrió que era una persona divertida y espontánea, aunque con un gusto peculiar por el humor negro. No hablaron de temas profundos, solo cosas sin importancia, lo cual calmó los nervios de Scarlett y la ayudó a olvidarse de la gravedad de su situación.
Después de casi una hora de dar vueltas a ciegas, consiguieron encontrar las escaleras que daban al ático.
—Me alegro de que al final no te hayan condenado a…bueno, condenado.
— ¿Te alegras de que no esté muerto? —Kira soltó una carcajada—Bueno, gracias, pelirroja.
— ¿Cómo lo hiciste, por cierto? ¿Eras inocente desde un principio?
Kira la miró con aparente perplejidad.
— ¿No te dije que iba a seducir al capitán?
                                                                      

sábado, 19 de marzo de 2011

Capítulo 7: Invitada y anfitriones

—Bueno, ¿qué te parece?
En apenas una hora, la habitación de Scarlett había cambiado completamente. Ahora la cama tenía un edredón de aspecto caro, una almohada de plumas y un cubrepiés con borlas. Al lado de la ventana estaba un pequeño banquito de madera con un cojín bordado con hilo granate, y habían puesto una lámpara de aceite encima de la mesilla. Incluso se había adornado el suelo con una alfombra circular. 
Al ver que Scarlett no hablaba, María prosiguió.
—No es gran cosa, pero será solo temporal. Si tienes que quedarte más tiempo la mejoraremos. La lámpara no es muy grande, pero la luz de las lunas entra directamente por esa ventana así que no tendrás problema para ver por la noche. 
—Es preciosa.
Scarlett se acercó a la cama y acarició el colchón. Era muy suave y blando. 
—Temo que si me duermo en esta cama no quiera despertar. 
—Uh…mejor despierta. —María sonrió satisfecha ante su reacción. Luego, dio una palmada— ¡Bueno! ¿Qué te parece si te das un baño antes de cenar? El agua abre el apetito, y además te relajará.
Scarlett enrojeció hasta las orejas y se llevó una manga a la nariz. No olía a rosas precisamente. 
—Creo…que aceptaré la oferta del baño, si no es molestia. Pero, ¿sería posible que me saltase la cena? Aún estoy llena de la comida. 
«Mentira. Podría comerme tres platos más.»
María arqueó una ceja, pero no comentó nada.
—Claro, como quieras. Sígueme, los baños están en el piso de abajo. Allí también está la armería y las mazmorras, como ya viste, pero tranquila, las tres salas están bastante separadas entre sí.
En realidad, Scarlett no quería cenar para no tener que reunirse con todos los Guardianes otra vez. Necesitaba un poco de tiempo a solas.
Yendo hacia el piso inferior pasaron frente al despacho del capitán. Dentro estaban hablando todos los Guardianes y al verla, Julian se apresuró a cerrar la puerta, no sin antes hacer una mueca de disgusto. Scarlett frunció el ceño.
—Julian es…especial. —explicó María. —Le cuesta acostumbrarse a los desconocidos.
—Creo que me odia por husmear en su biblioteca. 
María le quitó importancia sacudiendo la mano.
—Julian nos odia a todos. Menos a Mark… siempre me he preguntado cómo mi primo es capaz de aguantar a ese pelmazo. Por suerte para ti—dijo, girando la cabeza para mirarla—el resto somos encantadores. Incluso Chels. 

María se paró frente a una puerta verde y sacó un manojo de llaves. Metió una de las más pequeñas en la cerradura y ambas entraron en la sala. 
Era una habitación llena de vapor, bastante amplia, con un techo más bajo que el resto y paredes de piedra. Scarlett dio un respingo al notar el enorme cambio de temperatura. 
— ¡H-hace mucho calor! 
—Mala cosa si hiciera frío en los baños. Cuando te quites la ropa agradecerás el calor.
Scarlett se agarró los pliegues del vestido algo avergonzada. No acababa de gustarle la idea de desnudarse delante de la otra chica. María, por el contrario, parecía estar de lo más cómoda, y le indicó que se metiese en una bañera bronceada llena hasta la mitad. Abrió el grifo y comenzó a salir más agua. Scarlett quedó embobada.
— ¿Qué es eso?
María la miró sin entender.
— ¿Eh…? ¿Una bañera?
—No, no, me refiero a de donde sale el agua. —Scarlett se sintió algo ofendida. Sabía lo que era una bañera.
— ¡Oh! Un grifo. Está conectado a unas tuberías, que traen agua desde el pozo y que se calienta en una máquina de vapor en la caldera. 
Scarlett se acercó, curiosa, y tocó con la yema de los dedos el agua.  Estaba caliente. María la ayudó a quitarse el corpiño y fue a coger algo de una estantería del fondo de la estancia, dejándola entrar tranquilamente en la bañera. Scarlett entró primero despacio, no muy convencida ante la nueva sensación cálida del baño, pero al acostumbrarse se sentó y hundió la cabeza bajo el agua.
 Se preguntó qué diría Larissa si supiera que estaba tomando un baño de agua caliente.  
—Esto te va a encantar. —dijo María, sacudiendo un saquito con algo que parecía arena dentro. — ¿Scarlett?
Scarlett sacó la cabeza a la superficie y María soltó una carcajada.
— ¿Qué es eso?
—Sales de baño. Hacen que el agua cambie de color y tienen una mezcla de perfumes. Te van a gustar.
Scarlett dejó que la muchacha echara las sales en el agua y en seguida empezaron a extenderse. El líquido cambió su apariencia transparente por una violácea y un aroma a lilas inundó la bañera. El cuerpo de Scarlett reaccionó ante los minerales y fue relajándose.
—Este olor me recuerda al bosque de Larissa…—murmuró más para sí misma que para recibir respuesta.
María echó jabón en la tina y las burbujas llenaron la superficie del agua. Scarlett, sintiéndose por primera vez tranquila desde que había entrado en la Casa Gris, hacía explotar las que se escapaban por el aire.
—Hablas mucho de tu amiga la ninfa. Debéis llevaros muy bien. 
No había malicia en su tono, pero Scarlett seguía preocupada por poner en una situación peligrosa a Larissa. María debió percibirlo, porque se apresuró a calmarla.
—No te preocupes, no intentaba interrogarte. Es solo que…tengo curiosidad. Yo nunca he tenido amigas de mi edad.
Scarlett se sorprendió. 
— ¿Y eso a qué se debe? Eres muy simpática.
—Ah…gracias—la chiquilla intentó esconder sus mejillas enrojecidas con el pelo, pero sonreía—. La verdad es que los futuros Guardianes prácticamente nacemos con una espada en la mano. Sobre todo mi familia se toma la educación muy en serio y a mis padres no les gusta que esté en compañías que no consideren beneficiosas para mí. Eso desde pequeña ha asustado a las niñas, y ahora es más de lo mismo. Es difícil convencer a un grupo de chicas de que te mueres por ir con ellas a un torneo cuando tú podrías derrotar a todos los concursantes.
—Vaya. ¿Eres tan fuerte?
María sonrió con cierta soberbia.
—Soy bastante fuerte, sí. No más que Chels… ¡pero algún día la superaré! —de repente echó una mirada asustada hacia atrás—. Espero que no haya oído eso o me pateará el trasero.
—Supongo que no es fácil ser una Guardiana…
—Bueno, es difícil hacerse respetar, pero yo aún soy una novata en entrenamiento. A Chelsea le costó que la tuvieran en cuenta, pero ahora no hay nadie que se atreva a poner en duda sus habilidades. Aunque Dáranir es el capitán, ella es la mejor guerrera de la Casa. Probablemente de Ozirian…
Scarlett observó a María. Le brillaban los ojos de admiración. ¿Había mirado ella a alguien así alguna vez? Lo dudaba. Durante los años de su infancia y juventud se había relacionado mayoritariamente con la señora Pania y con Larissa. Conversaba también con Pill, el cíclope, pero no habían llegado a conocerse lo suficiente como para trabar amistad. Las otras ninfas del bosque desconfiaban de ella y Pania le había prohibido entablar relaciones con entes o humanos, puesto que era peligroso si descubrían que era una humana viviendo en Ozirian. Tampoco le gustaba que viese a Larissa, claro, pero poco podía hacer para evitarlo. Después de todo, había sido la ninfa quien la encontró tirada en el campo aquel día hacía once años. 
—Perdona, te he estado contando mi vida cuando me ibas a hablar de tu amiga.
Scarlett sonrió levemente bajo una cortina de espuma y empezó a hablar.
—Larissa es…muy especial. No es como el resto de las ninfas. Aunque ama y respeta la naturaleza, lo que supongo que le viene en la sangre, ella preferiría investigar otros lugares además del bosque—de pronto se le pasó algo por la cabeza y se echó atrás—. ¡No es que vaya a intentar traspasar el Muro! 
María la miró con cierta compasión, pero no añadió nada, así que Scarlett prosiguió algo más insegura que antes.
—Es muy curiosa e inteligente. Siempre le digo que si usase su cabeza para buenos propósitos podría cambiar el mundo. Pero ella solo se ríe y me llama idealista—los labios de Scarlett volvieron a curvarse en una sonrisa incontenible al recordar a su ninfa—. Es un poco manipuladora a veces… es casi imposible decirle que no. Aún así, para mí es perfecta: bella, divertida, valiente, considerada…
—Desde luego la tienes en gran estima.
—Sí…aunque a ella también le cuesta hacer amistades. Quizá porque odia a todas las mujeres…
— ¿Excepto a ti?
— ¿Soy la excepción que confirma la regla?
— ¿Afirmas o preguntas?
— ¿Ambas?
Las dos muchachas se quedaron mirando durante unos segundos en silencio, y luego, se echaron a reír.
Continuaron durante un rato charlando de cosas sin importancia: María le contó su afición por la repostería y compartió varias anécdotas graciosas que les habían sucedido a los Guardianes durante misiones. Scarlett habló de sus rutinas diarias en la granja y explicó ante una atenta y estupefacta noble cómo se recogía una cosecha correctamente o se esquilaba una oveja. Así siguieron hasta que el agua de la bañera se volvió tibia y Scarlett empezó a tener escalofríos. 
María le prestó un camisón invernal de su propia colección, a lo que Scarlett en un principio se negó, pero cedió finalmente ante la insistencia de la Guardiana. 
— ¿Te ha gustado el baño? —preguntó María mientras subían al piso superior, ella para dirigirse a la cocina y Scarlett hacia los dormitorios.
—Ha sido maravilloso. Si te soy sincera…lavarse en el río no es agradable, sobre todo en las estaciones de frío. El agua está helada. Pero puede que exagere, nunca he llevado muy bien el frío.
« ¿Cuándo hemos empezado a tratarnos de forma tan familiar?» pensó Scarlett, atónita ante la facilidad con la que había conversado con la pequeña Guardiana. 


Al llegar a su habitación se acercó a la ventana para contemplar el crepúsculo. Las dos lunas se veían cada vez más nítidas en el cielo. Según sus cálculos, la noche siguiente solo brillaría una luna. Era un fenómeno extraño: las lunas se iban turnando para aparecer. Los siete primeros días del mes y los siete últimos, ambas aparecían juntas. El resto de los días salía una u otra aleatoriamente, o eso había creído siempre ella.
Por su mente se cruzó la imagen de aquel libro de la biblioteca que hablaba de dos lunas hermanas. Le habría encantado saber más sobre ellas, pero pronto se quitó esa idea de la cabeza. Ni ella tenía el nivel suficiente para ese libro, ni el Guardián huraño se lo permitiría. 
Dejó abiertas las cortinas y se metió en la cama. Quería ver algo conocido, y no había nada más conocido para ella que aquellos astros que observaba cada noche. 
Le sorprendió gratamente la suavidad de las sábanas y el agradable calor que proporcionaba el edredón. Era todo nuevo para ella, un mundo de comodidades inexplorado: su cama en la granja era tres veces más pequeña, se basaba en relleno de paja y un par de mantas. 
Arropada y cómoda, no tardó mucho en quedarse dormida.




***



Mientras tanto, en el comedor se producía una discusión entre los Guardianes. Los siete platos ya estaban servidos, cada uno con una ración generosa de ensalada fresca y carne de cierva. Como era costumbre entre ellos, no bebían alcohol, pues nublaba los sentidos y para un Guardián es conveniente estar siempre alerta. Así pues, en medio de la mesa Ren había puesto una jarra de agua y otra con leche. El capitán y Chelsea tenían una buena tolerancia al alcohol y podrían beberlo si quisieran, pero preferían acompañar al resto del equipo. Era algo que Dáranir siempre había querido establecer: igualdad en todo lo posible. Parecían tonterías, mas detalles así aumentaban la confianza y los lazos entre sus subordinados.
—Solo digo que si vas a usar a María de espía, podrías decírselo. Lo habría hecho de todas formas.
Era Mark el que hablaba. Ren permanecía sentada en silencio, aunque compartía la opinión de su sobrino, y Chelsea también se mantenía callada por el momento, de brazos cruzados en su sitio. Julian estaba ausente, y Dáranir, en la cabecera, su lugar habitual, contestó al Guardián.
—No la uso de espía. Le sugerí que aprovechase esta oportunidad para conocer mejor a una joven de su edad.
—Y yo aprecio tu preocupación por ella, pero…
—Me preocupo por todos vosotros—remarcó el capitán—. Si te preguntas por mis segundas intenciones, sí, las tengo. María algún día será la cabeza de familia de los Geneviev y qué mejor amistad que la de la única superviviente de una Casa Fundadora. En el futuro le convendrá haberse ganado la confianza de la que ahora es una simple campesina.
Mark se rindió. No tenía nada que responder a eso, el capitán estaba en lo cierto. Cuantos más aliados y más poderosos, mejor. 
—No pretendo usar a nadie mientras no me usen a mí. Si María ve necesario contarme algo, lo hará. No dudo de la lealtad ni la honradez de nadie de esta Casa, y por lo tanto, es innecesario para mí engañaros. 
Chelsea intervino por primera vez en la conversación, aunque no se movió ni un centímetro.
—Y nadie duda de tu lealtad ni de tu honradez tampoco, Dáranir. Mark se preocupa demasiado por su prima pequeña y a veces el amor fraternal lo ciega.
—Eso es cierto—dijo Ren, viendo que el ambiente se había suavizado un poco.
El capitán sonrió y le dio una palmada en la espalda a Mark. Este asintió y cuando María entró en la sala, se dio por sentado que la discusión había acabado.
Les explicó que Scarlett no bajaría a cenar y, aunque el capitán no preguntó, comenzó a contarles cosas sobre ella y sus charlas. Lo hizo de forma levemente cariñosa, como si en tan solo unas horas le hubiera cogido algún tipo de aprecio. En medio de la cena, las puertas del comedor se abrieron y entró Julian, con las gafas de leer aún puestas y bostezando.
—Disculpad, me quedé dormido estudiando.
Ren lo reprendió, pero ya estaba acostumbrada a ese mal hábito suyo y había dejado su comida en el fuego para que no enfriase. 
— ¿Magia, he de suponer? —preguntó el capitán.
Julian asintió a la vez que cortaba un trozo de carne.
—No es bueno para nuestra reputación que sigas intentando aprender trucos de brujas, Julian—dijo Chelsea.
—Tampoco es malo, en mi opinión—apuntó Dáranir con una sonrisa tras la copa de agua.
Chelsea no le llevó la contraria y siguió comiendo. 
—Casi he conseguido realizar una transfiguración completa. 
Una transfiguración consistía en la transformación de un humano, el que realiza el encantamiento, en un animal u objeto. Era un encantamiento complicado, sobre todo para alguien que no tenía el don natural, como Julian. Todos los humanos nacen con un mínimo de magia en su sangre, por lo que todos podrían ser hechiceros, pero solo unos cuantos nacen con el don, es decir, la habilidad y facilidad para controlar y reproducir la magia. Y desde hacía unos años, cada vez se tenía en menor estima a los hechiceros, pues se les empezaba a considerar más entes que humanos. Por esto, la mayoría vivía en territorio ente, menos los de alta alcurnia o los más célebres, que eran hospedados por nobles o reyes. 
—Impresionante, Julian. Muy impresionante. Y todo con trabajo duro y esfuerzo. Más que desprestigiarnos yo creo que aumentas nuestra reputación. 
Julian se removió en su asiento algo incómodo. 
—La Corte no lo verá así—murmuró Chelsea.
—La Corte tirará flores a cualquier logro de un Elementar. ¿Y bien? ¿En qué intentas transfigurarte?
Mark sonrió.
—Creo que yo lo sé. Un halcón, ¿me equivoco?
María soltó una risita.
—Un pájaro es apropiado, pero creo que te pega más un gorrión.
—Si intentas que mi próximo objetivo sea convertirte en un renacuajo parlante, lo estás consiguiendo—contestó Julian, clavando la mirada en María. —Y sí, es un halcón. Aunque el cuerpo que he conseguido hasta ahora es demasiado pequeño, y soy incapaz de volar. Seguiré trabajando en ello. Por cierto, ¿dónde está nuestra…invitada?
—Durmiendo, supongo. No ha querido cenar. Seguro que la has asustado.
Julian arqueó una ceja.
— ¿Yo?
— ¿Quién si no? 
—Quizá hayas sido tú con tu insoportable entusiasmo.
— ¡Mi entusiasmo no es insoportable!
—Cierto, quería decir insufrible.
— ¡Tu cara sí que es…!
— ¡María! 
Tras ser amonestada por su tía, la muchacha dejó de reñir con Julian, aunque ambos continuaron lanzándose miradas asesinas durante toda la comida. 
El capitán informó de que a la mañana siguiente tomaría el testimonio de Scarlett y hablarían con el prisionero, por lo que todos debían estar presentes. Las misiones y pedidos quedarían aplazados para la tarde, y si precisaban de más tiempo, para el día siguiente.
Tras aclararlo todo, sacó cinco sobres con el sello de la Guardia y se los entregó a Mark.
—Me gustaría que mañana, cuando hayamos acabado con este asunto, fueras a la ciudad y entregases estas cartas en la oficina de mensajeros. Son para viejos amigos de la familia Chevalier, ten especial cuidado con ellas—Mark se guardó las cartas bajo la almilla y Dáranir se dirigió a Chelsea. —Quiero que tú visites a otro conocido de la familia… en el bosque de Nihm. 
Los Guardianes se sorprendieron ante esa orden.
—El bosque de Nihm es territorio de centauros y necesitaré varios días a caballo para llegar hasta la frontera con Arkiria.
—Lo sé. Por eso quiero que vayas tú.
—Entendido. ¿A quién debo encontrar?
Dáranir sacó otra carta y se la dio. 
—Esta misiva es aún más importante que las anteriores. Confío en que la custodies atentamente.
—La protegeré con mi vida si es necesario—respondió Chelsea con un rostro que no dejaba lugar a dudas.
Dáranir alzó ambas cejas, complacido a la vez que acostumbrado a la solemnidad de la mujer.
—Eso no será necesario, solo pido que seas cuidadosa. Entrégasela al Viejo Sabio del clan de Nihm, su nombre es Rottehm, aunque no lo llames así, lo considerarían irrespetuoso. Por su título, mejor. Niégate a dársela a nadie más, tiene que ser él en persona. Menciona mi nombre y explícale que tenemos bajo nuestra custodia a la nieta de Selendre Chevalier. Lo he escrito en la carta, mas no quiero correr riesgos. 
Chelsea recibió el sobre y se levantó de la mesa.
—Con tu permiso, quiero disponer todo para el viaje. 
Dáranir dio su aprobación y la Guardiana salió del comedor a pasos amplios y rápidos. 
—Ahora que lo pienso, aún no he visto al prisionero—comentó Julian terminando su cena.
Los tres se pusieron tensos ante el comentario. Se miraron entre sí: todos sabían que no pasaría nada bueno si Julian se enteraba de que tenían a un híbrido bajo su techo. 
Fue Dáranir quien tomó la palabra.
—Mañana podrás conocerlo—dijo, intentando sonar indiferente.
Julian se encogió de hombros.
—Tampoco tengo tanto interés, seguro que solo es un criminal callejero del montón. Hemos visto a muchos de esos últimamente.
El capitán ocultó su preocupación tras una pequeña sonrisa y se guardó para sí mismo su presentimiento de que el híbrido apresado era más de lo que parecía.



***



En su habitación, Scarlett dormía profundamente. 
Estaba teniendo un sueño. 
En su sueño, estaba sola en una oscuridad infinita y con la única compañía del eco de una voz lejana. La voz no le era conocida, y apenas podía distinguir lo que decía. Quizá ni siquiera estaba hablando. Solo oía una especie de susurro siseante. 
En medio de aquella penumbra, un diminuto rayo de luz mostró una figura encapuchada. Tras unos instantes que parecieron durar horas, se dio cuenta de que de allí provenía la voz indescifrable. Por una parte, quería acercarse para saber qué estaba susurrando, pero por otra, algo en su interior le advertía que no diese ni un paso más. 
La curiosidad venció a la cautela y empezó a caminar lentamente hacia la figura. No veía donde pisaba, todo lo que la rodeaba eran tinieblas.
Entonces, cuando pensaba que ya podría encontrar algún sentido a los siniestros siseos, la figura se giró y la miró. Fue tan rápido que a Scarlett no le dio tiempo ni a distinguir el rostro de la persona o criatura, lo único que pudo ver fueron unos hipnóticos e inquietantes ojos azules.
Inmediatamente después de eso, despertó de golpe, sudando y con el camisón pegado al cuerpo.
No entendía por qué, pero estaba temblando de pies a cabeza. No había sido una pesadilla, no había monstruos, ni tragedias, no había ocurrido nada. Nada. Y aún así estaba asustada y nerviosa. 
Un pájaro chocó contra su ventana y la sobresaltó. Durante la noche, con todos los habitantes de la casa durmiendo, escuchaba los ruidos exteriores con mucha más claridad. 
Al menos no estaba a oscuras en el cuarto. Agradeció haber dejado las cortinas abiertas. No sabía qué hora sería, pero por el silencio sepulcral que había, supuso que tarde. 
No quería volver a dormir tan pronto tras aquel sueño, por temor a reanudarlo, así que se sentó en la cama y vio un plato de comida sobre su mesilla y una copa de leche. 
Su estómago gruñó de inmediato ante semejante visión, así que se dispuso a comerlo. Con cada bocado se sentía un poco más culpable: se había negado a compartir mesa con los Guardianes, y aún así le traían la comida a la cama. No era una hospitalidad que hubiera conocido antes y no estaba segura de que le gustase recibir tantas atenciones, pero se sentía agradecida por ellas.
Se preguntó quién le habría llevado el plato.